IM VETERINARIA #53

71 cia, puesto que “entre la población canina y felina hay muchos animales con problemas de comportamiento”. De hecho, según una media aproximada extraída de los diversos estudios realizados, “estaríamos hablando de que el 60% de la población de gatos y el 85% de la población de perros tiene algún problema, según su propietario”. Y además, hay otra parte a destacar: cómo puede afectar eso al bienestar del animal. “Es verdad que hay algunos problemas de comportamiento que realmente solo son molestos para las personas y que para el perro no suponen un problema, sin embargo, la mayoría tienen un efecto sobre el estado emocional del animal. Entonces, considerando la prevalencia y el bienestar animal y teniendo en cuenta que la población cada vez es más consciente de cómo un problema de este tipo tiene consecuencias sobre su mascota, la etología tiene cada vez más importancia”, desarrolla. “Y esto es más evidente para quienes nos dedicamos a problemas del comportamiento, a la etología clínica. Pero nadie se escapa de la etología, no es una especialidad que puedas elegir no hacer. Porque un veterinario que cree que no hace etología, en realidad está haciendo etología todos los días simplemente en el manejo de cada uno de sus pacientes”, apunta. La especialista reitera que “somos el psiquiatra de los animales, por lo tanto, en algunas cosas nos parecemos”. En su opinión, “tenemos un esquema de trabajo similar: hacemos una anamnesis, descartamos causas orgánicas que contribuyan o causen el problema, emitimos un diagnóstico, hacemos una valoración del riesgo, si procede, y proponemos un tratamiento”. Después, prosigue, “hacemos revisiones para ver la eficacia del tratamiento y lo ajustamos de acuerdo con lo observado”. La principal diferencia es que “los pacientes no hablan por sí mismos, no pueden expresar con palabras lo que sienten o piensan, y, además, sus opciones o estrategias están limitadas por una serie de factores ajenos a ellos”. Establecer sinergias con otras especialidades Sin embargo, se trata igualmente de una especialidad multidisciplinar. Mucho, además. Así lo especifica:“Cuando nos viene un animal con un problema del comportamiento, debemos descartar que no haya una base orgánica detrás. Es decir, podemos tener un animal que come cosas por la calle, lo cual es un problema para el propio animal y los tutores y, por eso, acuden a la consulta. Pero resulta que haciéndole la anamnesis descubrimos que el perro tiene mayor voracidad, con lo cual, tenemos que descartar causas orgánicas, como problemas endocrinos que cursan con aumento del apetito. O un problema de agresividad, que puede esconder un tumor intracraneal. Entonces, por un lado, nos apoyamos en otras especialidades para descartar causas orgánicas”. Pero en otra instancia, y es la parte que está menos explorada según la doctora, ocurre también al revés. “El resto de especialidades, en realidad, podrían apoyarse mucho más en la etología y creo que no lo hacen lo suficiente. No sé si por desconocimiento, o porque no hemos sabido trasladarles que les podemos ayudar”. En su trabajo, en un centro de especialidades, lo encuentra frecuentemente. “Por ejemplo, tengo una compañera cardióloga. Ella puede atender a un paciente con un problema del corazón, al que le dan síncopes cuando se pone nervioso. Y se pone nervioso en un montón de contextos porque es un perro excitable. Desde el servicio de etología le podemos ayudar”, cuenta. Explicado de otro modo, “la etología clínica, como rama de la etología y, a su vez, especialidad veterinaria, también constituye una fuente de contenidos de interés para el resto de las especialidades veterinarias”. El conocimiento del comportamiento normal de las especies, recalca, “es el punto de partida para identificar síntomas y diagnosticar enfermedades, pero, además, es importante recordar que los problemas de comportamiento pueden tener su origen en una patología orgánica”. “En realidad hay un montón de aspectos en los que nosotros podemos ayudar a los veterinarios de otras especialidades, aunque mi percepción es que no siempre sabemos establecer esas sinergias”, apostilla. En relación a esta asignatura pendiente y al futuro de la especialidad, su percepción es que, “la investigación científica será el motor de los cambios”. Dicho de otro modo, “cuando más se entiende cómo funcionan los cerebros, mejor podemos hacer nuestro trabajo. Y en el campo de la investigación en etología clínica se está publicando mucho. Por ejemplo, en el campo de la neuroimagen ahora se está avanzando mucho”, detalla Luño, ilustrando esta idea con que ya se está adiestrando a perros para que se queden totalmente quietos en una resonancia magnética. “Y poder entender qué partes del cerebro y cómo hacen cada cosa, en nuestro trabajo es muy importante”, subraya. Esto permitirá quizá descubrir nuevas formas de aprendizaje en nuestras mascotas, lo que quizá haga surgir nuevas técnicas de modificación de conducta y nuevas estrategias en los tratamientos. Otro papel destacado lo tendrán los avances en psicofarmacología. “Igual que en su momento aparecieron medicamentos que cambiaron nuestra forma de aplicar los psicofármacos, hay margen de mejora en este ámbito. Puede todavía producirse la adaptación de moléculas que se utilizan en humana a mascotas que nos ayudarían en nuestro trabajo”, argumenta. Asimismo, en la medida que mejoren las técnicas y sean más asequibles, también considera más factible que se utilicen en más pacientes y se puedan llegar a descartar las causas orgánicas mejor. “Porque a veces tienes claro que una mascota se comporta de determinada manera porque puede tener un problema intracraneal, pero su familia no quiere o no puede hacer una resonancia magnética y te quedas con la duda. Como en todas las especialidades”. En suma, “por nuestra parte se trata de mejorar la investigación, y por lo que a la población se refiere, se trata de hacerles entender que muchos problemas de conducta tienen solución”. “Cada vez la ciudadanía está más concienciada con el bienestar animal. Ahora tenemos que conseguir que hagan ‘click’, haciéndoles entender que un problema de comportamiento muchas veces lleva asociado un problema de bienestar. Y que por ahí acaben llegando hasta nosotros”, concluye.

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