80 des, sino que permite detectar a tiempo posibles alteraciones antes de que se conviertan en un problema grave. Estos tres elementos, integrados en el día a día del tutor con la guía del veterinario, garantizan una convivencia más armónica y saludable, recomienda. En cuanto a la comunicación positiva, las pautas básicas deberían transmitirse a los tutores desde la clínica veterinaria. Asimismo, “es fundamental enseñar a comunicarse desde la calma y la coherencia. Reforzar conductas deseadas, evitar castigos físicos o gritos y respetar los espacios del animal. También debemos explicar las señales de calma mirar hacia otro lado, lamerse, bajar la cabeza-, que son intentos del perro por mantener la armonía. Comprenderlas ayuda a prevenir conflictos y mejora la confianza mutua”. Por otro lado, le preguntamos de qué manera una rutina estable contribuye a la prevención de problemas de comportamiento o ansiedad en el perro. En este sentido, apunta Ramírez, la previsibilidad da seguridad: “Un perro que sabe qué esperar cada día se siente más tranquilo y equilibrado. Las rutinas reducen la incertidumbre y evitan la frustración que suele estar detrás de muchas conductas problemáticas. Además, una estructura diaria coherente permite detectar antes cualquier cambio en el comportamiento o la salud, facilitando la intervención temprana”. Ejercicio conjunto Como apuntan, el ejercicio conjunto refuerza el vínculo, mejora la condición física y estimula la mente de ambos. Así, insisten, los paseos son mucho más que una necesidad fisiológica: son un espacio de comunicación y exploración compartida. Jugar, entrenar o practicar actividades al aire libre potencia la confianza mutua y reduce el estrés. En definitiva, el movimiento y la interacción son medicinas naturales para cuerpo y mente. Según Ramírez, el veterinario debe ser un aliado en la educación y acompañamiento en la construcción de este vínculo saludable. “En cada visita tenemos la oportunidad de escuchar, orientar y acompañar. Podemos ofrecer pautas de manejo, derivar a educadores caninos o a un experto veterinario en comportamiento cuando sea necesario y fomentar la prevención en lugar de la corrección tardía. Nuestro rol educativo es esencial para construir relaciones más conscientes y duraderas entre personas y animales”. Más allá del control sanitario básico Ramírez describe que las revisiones preventivas deben ir más allá del control rutinario y contemplar la salud del perro desde un enfoque integral. Además del calendario de vacunas y los tratamientos antiparasitarios, explica, es recomendable realizar una revisión completa al menos una vez al año, que incluya exploración física, analíticas, control del peso y evaluación de la salud dental. A medida que el animal envejece, estas revisiones deben volverse más frecuentes, incorporando chequeos geriátricos que permitan vigilar parámetros como la función renal, endocrina, cardiaca o articular. También resulta fundamental valorar aspectos conductuales y ambientales, especialmente en momentos de cambio como mudanzas, llegada de nuevos miembros a la familia o alteraciones del comportamiento. Del mismo modo, la nutrición merece una revisión periódica, adaptando la dieta a cada etapa vital y nivel de actividad. En definitiva, el bienestar integral se logra cuando el veterinario evalúa no solo la ausencia de enfermedad, sino también la calidad de vida, el entorno y el equilibrio emocional del animal. Más demanda Ramírez señala que han detectado un cambio en la demanda de servicios veterinarios más especializados. Además, los tutores buscan atención personalizada, prevención avanzada, asesoramiento nutricional y seguimiento conductual. También se observa una mayor implicación emocional y una preocupación real por la calidad de vida del animal. Esto es positivo, pero plantea el reto de equilibrar la sensibilidad afectiva con una gestión responsable basada en la evidencia científica, especifica. En cuanto a los principales retos para consolidar una convivencia verdaderamente saludable entre humanos y perros en España comenta que “son la educación, la planificación y la coherencia social. Aún persiste el abandono, la falta de formación sobre comportamiento y el desconocimiento de las necesidades reales de los perros. También es necesario mejorar la integración urbana -más espacios adecuados, transporte, normativa coherente- y promover la adopción responsable. La convivencia saludable requiere compromiso individual y políticas públicas que acompañen ese cambio cultural”. Del papel que jugarán la educación y la concienciación social en la mejora del bienestar animal en los próximos años, asegura que serán el eje central: “Educar en empatía y en conocimiento desde la infancia marcará la diferencia. Una sociedad informada y sensible tomará decisiones más responsables, reducirá el abandono y demandará mejores condiciones de bienestar. La educación en tenencia responsable es la herramienta más poderosa para que el respeto hacia los animales no sea una moda, sino una forma de convivencia duradera”. Para concluir, como mensaje que le gustaría transmitir a los profesionales del sector veterinario, es “aprovechar fechas como el Día del Lazo Humano-Canino para recordar la esencia de nuestra profesión: cuidar vidas y vínculos. Cada consulta es una oportunidad para fortalecer la relación entre personas y animales, para enseñar, escuchar y acompañar. El bienestar no se limita a la ausencia de enfermedad, sino que incluye la calidad de las experiencias que compartimos con ellos. Nuestra labor tiene un impacto directo en la salud global -la suya y la nuestra-, y ese es un motivo de orgullo y de responsabilidad”. “COMPARTIR TIEMPO CON UN PERRO REDUCE EL ESTRÉS, ESTABILIZA EL ESTADO DE ÁNIMO Y MEJORA LA SALUD CARDIOVASCULAR”
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