Un estudio identifica comportamientos adictivos en perros con una motivación extrema por el juego

Algunos perros muestran comportamientos comparables a las adicciones humanas, según la Universidad de Berna

Estado: Esperando

10/11/2025

Un equipo de la Universidad de Berna ha publicado en Scientific Reports un trabajo que pone nombre a algo que muchos clínicos y educadores sospechaban: en un subconjunto de perros, la motivación por jugar con objetos puede desbordarse hasta parecerse a una adicción conductual. No hablamos de "perros que disfrutan ...

Un equipo de la Universidad de Berna ha publicado en Scientific Reports un trabajo que pone nombre a algo que muchos clínicos y educadores sospechaban: en un subconjunto de perros, la motivación por jugar con objetos puede desbordarse hasta parecerse a una adicción conductual. No hablamos de "perros que disfrutan jugando", sino de animales cuya atención queda secuestrada por la pelota o el mordedor, al punto de relegar comida, descanso o interacción social.

El estudio combinó un test conductual en sala con un cuestionario a propietarios. De 105 perros seleccionados por su alta motivación lúdica, 33 mostraron un patrón consistente con "tendencia adictiva": fijación prolongada sobre el juguete, insistencia por acceder a él incluso cuando era inaccesible (guardado en una caja o colocado en alto) y escasa respuesta a alternativas habitualmente poderosas, como la comida o el juego social con el guía. Las observaciones de laboratorio y los informes de los dueños convergieron, reforzando la validez del fenómeno descrito

Entre el refuerzo y la obsesión: un límite difuso

 

Para enmarcarlo, los autores recurren a los criterios que definen las adicciones conductuales en humanos: craving (ansia), saliencia del estímulo, pérdida de autocontrol y modificación del estado de ánimo asociada a la conducta. En los perros "de alto perfil", la pelota funcionaba como un imán motivacional: miradas fijas, hipervigilancia, vocalizaciones y una perseverancia que recordaba a los modelos de persistencia pese a consecuencias adversas. No es una inducción de laboratorio: estos comportamientos emergieron espontáneamente en perros de compañía.

El hallazgo no demoniza el juego -una actividad saludable y necesaria-, pero sí advierte de un límite difuso. En razas y líneas de trabajo seleccionadas por "alto drive" (deporte, detección, seguridad), la gran motivación por el objeto es oro en el entrenamiento; en la vida cotidiana, sin pautas de manejo, puede volverse disfuncional. Los autores recogen, además, reportes de lesiones asociadas a lanzamientos repetidos o sobreesfuerzo: otro recordatorio de que el bienestar físico también está en juego cuando la conducta se vuelve compulsiva.

Para la práctica veterinaria y la educación canina, el mensaje es nítido: conviene observar si el perro renuncia de forma sistemática a comer o a interactuar cuando hay un juguete de por medio; si le cuesta "apagar" la conducta; si el arousal escala ante la incertidumbre; o si el juego desplaza rutinas esenciales. La intervención no pasa por prohibir, sino por reintroducir equilibrio: variar reforzadores (sociales, olfativos, alimentarios), estructurar sesiones cortas con pausas claras, enseñar señales de interrupción e intercambio, y elegir superficies y dinámicas que reduzcan riesgo articular. Cuando aparecen frustración intensa, agresividad redirigida o un impacto funcional evidente, la derivación a etología clínica es la vía prudente.

Con todo, las autoras son cautas al etiquetar: no existe un "gold standard" para diagnosticar adicción en perros y el fenómeno requiere más investigación -idealmente con biomarcadores de arousal, seguimiento longitudinal y comparación con otros perfiles como impulsividad/hiperactividad-. Pero el punto de partida queda establecido: en algunos perros, la línea que separa un gran refuerzo de un patrón que compromete bienestar y convivencia puede cruzarse sin que nos demos cuenta. Y ahí, más que tirar otra vez la pelota, toca repensar cómo y para qué jugamos.