Un nuevo artículo publicado en la revista Pacific Conservation Biology pone en evidencia los efectos ambientales, muchas veces ignorados, de los perros domésticos. Según los investigadores Philip W. Bateman y Lauren N. Gilson, los perros de compañía, incluso aquellos que están bajo supervisión humana, pueden tener un impacto profundo y ...
Un nuevo artículo publicado en la revista Pacific Conservation Biology pone en evidencia los efectos ambientales, muchas veces ignorados, de los perros domésticos. Según los investigadores Philip W. Bateman y Lauren N. Gilson, los perros de compañía, incluso aquellos que están bajo supervisión humana, pueden tener un impacto profundo y negativo sobre la fauna, los ecosistemas y la calidad ambiental.
El estudio señala que, como grandes carnívoros, los perros mantienen conductas depredadoras, lo que los convierte en una amenaza para muchas especies silvestres, especialmente aves que anidan en playas y zonas costeras. Casos como el de pingüinos azules en Tasmania o kiwis en Nueva Zelanda documentan cómo perros sin correa han provocado la muerte de cientos de animales.
Pero incluso sin atacar directamente, la presencia de un perro -con o sin correa- puede alterar el comportamiento natural de aves y mamíferos, que huyen de zonas clave para su descanso o reproducción. Este estrés adicional puede reducir el éxito reproductivo de las especies e incluso afectar su supervivencia.
El estudio también analiza los efectos indirectos, como la contaminación de suelos y aguas por orina, heces y productos veterinarios. Se destaca que los tratamientos antiparasitarios aplicados en la piel de los perros, como el fipronil, pueden acabar en ríos y arroyos, afectando a invertebrados acuáticos y a la cadena trófica.
Por otro lado, el impacto del consumo de recursos asociados a la alimentación canina no es menor: se calcula que la huella ambiental de la industria de la comida para mascotas es equiparable a la de un país entero en emisiones de gases de efecto invernadero y uso de suelo agrícola.
Los autores subrayan que no se trata de culpar a los animales, sino de fomentar una mayor responsabilidad por parte de sus propietarios. Proponen como soluciones básicas mantener a los perros con correa en espacios sensibles, recoger siempre los excrementos, evitar su entrada en cuerpos de agua y optar por alimentos más sostenibles.
El mensaje final del estudio es claro: si queremos conservar la biodiversidad, necesitamos también repensar cómo convivimos con nuestros compañeros caninos.