Dos perras son capaces de oler los cambios en los niveles de azúcar de sus dueñas

Lupa y Moka no son perritas al uso, como tampoco lo son sus dueñas, Ana y Eva Arróniz, dos hermanas francoespañolas de 11 y 13 años que sufren diabetes tipo 1 desde la edad de cinco. La enfermedad no les ha impedido asistir al colegio, y lo hacen acompañadas de sus mascotas, entrenadas para alertarlas de cualquier alteración en sus niveles de glucosa. El olfato de las perras lo detecta antes que cualquier sensor.

27/10/2016

La vuelta al cole en el Lycée Français Molière situado en la localidad madrileña de Villanueva de la Cañada no ha sido como en los demás colegios. Entre las decenas de alumnos que esperan en el patio a entrar en clase destacan dos perritas –Lupa y Moka– que, desde el ...

La vuelta al cole en el Lycée Français Molière situado en la localidad madrileña de Villanueva de la Cañada no ha sido como en los demás colegios. Entre las decenas de alumnos que esperan en el patio a entrar en clase destacan dos perritas –Lupa y Moka– que, desde el comienzo del año escolar, no se pierden ni una lección de matemáticas, lengua o incluso teatro. Permanecen tumbadas a los pies de sus dueñas, en silencio. Pero al contrario que los niños, lo suyo no es aprender, sino trabajar.

Patrulla canina

Las dos hembras de la raza Jack Russell de dos y tres años de edad vigilan y alertan a Ana y Eva Arróniz –de 11 y 13 años respectivamente–, que sufren desde los cinco años diabetes tipo 1, de cualquier alteración en sus niveles de glucosa, y lo hacen incluso antes de que los sensores la puedan detectar. Tras una adaptación progresiva de varios meses a la vida escolar, las perras entran con correa y arnés a las aulas de los cursos de 5ème y 3ème (equivalente a los cursos de Primero y Tercero de la ESO en el sistema español) y su presencia ya no sorprende a los demás alumnos. Se han convertido en un estudiante más, aunque a ellas se les consiente no prestar atención al profesor, sino a sus dueñas.

“Lo interesante con Lupa y Moka –que han recibido un exhaustivo entrenamiento– es que se anticipan a cualquier cambio importante en los niveles de azúcar de las niñas”, explica Delphine Delaittre, madre de las adolescentes, para quien esta ayuda es vital, sobre todo por las noches. Para esta familia, una de las primeras en contar con este exclusivo y no siempre económico servicio, la vigilancia las 24 horas del día de las perras de asistencia era uno de los principales objetivos. “Nuestros padres se despiertan muchas veces por la noche a medir nuestros niveles porque nos podemos quedar en coma”, cuenta Eva, la mayor de las hermanas, que confiesa que las perritas aún están esforzándose para mantenerse alertas mientras ellas duermen.

Los perros, con una gran sensibilidad olfativa entre 40 y 60 veces mayor que la humana, identifican una sustancia química –llamada isopreno– que desprenden las personas diabéticas a través de la respiración, según ha revelado recientemente un estudio de la Universidad de Cambridge en la revista Diabetes Care. “Es un olor que incluso les llega a molestar”, explica a Sinc Ana, la benjamina, que puede alejarse de su amiga canina en clase de deporte porque Lupa puede olerlo desde muy lejos.

La enfermera canina perfecta

Cuando las perras detectan alguna anomalía en el organismo de sus dueñas recurren al marcaje mudo mirándolas a los ojos, levantando la cabeza, dándoles toques en las piernas con el hocico, o directamente ladran. “Dan a las niñas unos 20 o 30 minutos de margen”, asegura a Sinc Francisco Martín, director del centro de entrenamiento Canem en Zaragoza. Según el entrenador, el aviso de las perras evita que los niveles sigan bajando o subiendo. En definitiva, “mejora su calidad de vida”. Una vez que reciben el mensaje, Ana y Eva miden sus niveles de glucosa con un sensor que no requiere pinchazo en el dedo, pero sí una inversión económica (60 euros para 14 días), y recompensan a sus mascotas con una galleta.

“Si el sensor indica que los niveles están muy bajos, tomo azúcar en compotas, zumos, galletas o hidratos de carbono, y si son altos, me pincho insulina”, detalla Ana. Pero la joven ya empieza a tener un control sobre ella misma. Cuando se siente especialmente cansada o cuando todo le molesta sabe que sus niveles se están alterando. “No es habitual contar con la asistencia de un perro, pero supone una ayuda más para evitar una de las complicaciones  agudas de la diabetes: la hipoglucemia y la hiperglucemia”, indica a Sinc Julio Guerrero-Fernández, médico de las jóvenes en el departamento de Endocrinología Pediátrica en el Hospital Infantil La Paz (Madrid). (…)

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